
Empieza a caer el sol en Donetsk, este de Ucrania. A Tarás le tiemblan ligeramente las manos mientras se enciende un cigarrillo. Desde que llegó al frente hace casi seis meses, apenas ha podido dormir por las noches. Hoy sabe que tampoco va a poder pegar ojo. De día las cosas están más o menos tranquilas, pero de noche empieza el fuego cruzado. El intercambio de disparos de artillería pesada y obuses de mortero que no discriminan entre civiles, soldados, rusos o ucranianos. Los cebollazos se llevan a todos por delante.
Tarás, de 19 años, ha visto como Iurii, amigo suyo de la infancia, era despedazado por un mortero de 150mm disparado a varios kilómetros de ahí. También vio hace unas semanas cómo un disparo de artillería desintegraba un BTR blindado del ejército ucraniano con 9 soldados dentro. Algunos de los cadáveres fueron imposibles de identificar después. Ha visto a amigos y compañeros abatidos por rifles de francotirador Dragunov y fusiles de asalto Kalashnikov. Podría decirse que a su temprana edad es un todo un experto en armas y muertes traumáticas. Pero las peores son los que tienen la mala suerte de pisar una mina. Recuerda como a los pocos días de llegar a aquel infierno, un voluntario del batallón Azov pisó una mina durante una patrulla. Hubo una detonación seca, como un petardo de feria, solo que mucho más fuerte, y luego empezaron los gritos. El pobre desgraciado estuvo gritando blasfemias, rezos, llamando a su madre y acordándose de los antepasados de Putin durante horas hasta que se lo llevaron en helicóptero a algún hospital lejos del frente. Los alaridos de dolor aún resuenan en su cabeza cuando cierra los ojos. Tuvieron que amputarle ambas piernas, y ahora seguramente estará tirado en alguna calle de Kiev pidiendo limosna para salir adelante. El gobierno por el que lo dio todo le ha dado la espalda, como a tantos otros.
Tarás tiene suerte hoy. No le toca ocupar uno de los puestos de vigilancia ni salir de patrulla, así que puede acurrucarse en el sótano del centro comercial donde se encuentra acuartelado parte de su batallón. Una vez fue un edificio lleno de vida, tiendas de ropa, cines, perfumerías y restaurantes. Hoy está lleno de soldados, armamento, municiones, y paredes agujereadas por balas y metralla. Huele a humedad, a pólvora, a orina y a humo. Pero Tarás está contento de poder estar ahí dentro porque sabe que por lo menos esta noche va a estar a salvo.
Después de darle una última calada al cigarro, saca su rosario del bolsillo, se acurruca en una esquina y empieza su ritual de todas las noches y de toda la noche: reza, se acuerda de su familia, de su novia, de sus amigos, de su equipo de fútbol preferido, de la comida que prepara su madre los domingos. De cualquier cosa con tal de borrar los gritos de agonía que resuenan en su cabeza cuando cierra los ojos, y las detonaciones que se oyen cada pocos minutos en el exterior. Ya ha empezado el baile mortal de todas las noches, al ritmo de una sinfonía de disparos, explosiones y gritos de dolor y rabia. Nadie duerme por las noches en Donetsk.
Llevo nueve meses viviendo en Kiev, la capital de Ucrania. Voy andando todos los días a la Oficina Comercial de España, donde trabajo. Por pura casualidad, mi casa se encuentra situada entre la academia de oficiales de infantería del ejército ucraniano, y un hospital militar. La zona está llena de soldados vestidos de uniforme. Hay algunos con pinta de brutos. Veteranos que han vivido los años oscuros del comunismo y que seguramente sirvieron en el Ejército Rojo de la URSS. Pero la mayoría de los soldados que veo todos los días son chavales de 18-20 años (como Tarás o Iurii), con gorros y uniformes que les vienen demasiado grandes. Se les ve en la cola del Macdonald´s pensando en si quieren pedirse una Big Mac o una Mac Royale, o en pequeños corros, bebiendo cerveza o café y hablando de chicas, fútbol o vete a saber qué. Son chavales normales. No muy distintos de los chavales que se encuentran en la puerta de cualquier universidad de Madrid o Barcelona. La diferencia es que estos llevan uniformes militares y se les está entrenando para cazar rusos. Los nuestros cazan pokemons.
Ucrania lleva ya tres años y medio enfangada en una guerra que nadie sabe exactamente cómo ni por qué empezó. Tampoco saben cómo ni cuándo va a acabar.
El gobierno de Petro Poroshenko, que tomó el poder después de la revolución de Maidan en 2014, prometió al inicio de su mandato que acabaría la guerra en 3 o 4 meses. Aquí seguimos.
Por lo que se ve en los medios de comunicación españoles, parecería que la guerra se acabó con la firma de los acuerdos de Minsk-2 entre Ucrania, Rusia, Francia y Alemania en febrero de 2015. Se acordó un alto el fuego y una retirada del armamento pesado del frente. Pero en las noticias ucranianas que leo todos los días no dejan de aparecer muertos y heridos. “Dos muertos y 8 heridos esta noche en el Donbás, donde se han registrado 230 explosiones por obuses de mortero y artillería pesada”. Desgraciadamente es una noticia habitual de cualquier día del año.
¿Cómo empezó todo?
Recordamos que el anterior presidente, Yanukovich (pro-ruso), estaba negociando un tratado de libre comercio con la UE a finales de 2013. En el último momento decidió cancelar las negociaciones y firmar un tratado de similares características con Rusia. Esto enfureció enormemente a la población ucraniana, que montó una revolución de tres pares de narices. Varios centenares de muertos después, se acabó derrocando a Yanukovich, que huyó a Rusia.
En los meses siguientes hubo un vacío de poder en Ucrania, que Rusia aprovechó para tratar de salvar los muebles y minimizar los daños que habían supuesto el derrocamiento de su presidente-marioneta y la pérdida de un aliado. Primero lanzaron una ofensiva relámpago con sus fuerzas especiales que acabó con la anexión de Crimea a Rusia. Aquí se plantea una primera duda: ¿Por qué Ucrania no hizo nada al respecto? ¿Por qué no hubo combates en Crimea? La respuesta, como casi todo lo que ha sucedido en este conflicto, es complicada y turbia en extremo.
Hay quien afirma que en ese momento el ejército ucraniano se encontraba en pleno proceso de desmantelamiento y sólo contaba con 6.000 0 7.000 soldados razonablemente bien entrenados y equipados (España tiene unos 100.000). No estaban preparados para un conflicto armado con la todopoderosa Rusia.
Por otra parte, también se afirma que debido al vacío de poder en Kiev, no llegaron instrucciones y órdenes del estado mayor ucraniano a los cuarteles de Crimea, y por ello nadie se atrevió a pegar el primer tiro.
Otra teoría apunta a que los oligarcas ucranianos (10 o 20 señores que controlan toda la economía, política e instituciones de Ucrania) llegaron a un acuerdo con Putín para ceder Crimea a Rusia a cambio de algún beneficio para Ucrania (o más probablemente para ellos mismos) que a día de hoy desconocemos.
En cualquier caso, el hecho es que de facto Ucrania perdió el control de Crimea, que acabó integrándose en Rusia. De iure, Ucrania sigue incluyendo a Crimea en sus mapas oficiales y la comunidad internacional se opone y condena esta anexión rusa, pero eso es otro tema para abordar en otro artículo.
Una vez anexionada Crimea, Rusia comenzó a movilizar a su ejército y a acercar varias divisiones a la frontera con Ucrania. A las pocas semanas, unidades de las fuerzas especiales rusas se infiltraron en algunas ciudades del este de Ucrania y comenzaron a promover levantamientos secesionista pro-rusos. En ciudades como Mariupol, los golpistas fueron rechazados por manifestantes y fuerzas del orden ucranianas, pero en Donetsk y Luhansk tuvieron éxito y tomaron el control de estas dos ciudades y de parte de la región que las rodea (denominada Donbas). Es una región importante para la economía ucraniana debido a que es aquí donde se encuentra la mayor parte de su industria minera y siderúrgica.
¿Quién participa en la guerra?
Los pro-rusos cuentan con el apoyo (en material, financiación y soldados) proveniente de Rusia. Observadores independientes estiman que más de 40.000 soldados rusos han combatido en el frente en algún momento, y cerca de 1.400 han sido confirmados muertos. Aunque los que son hechos prisioneros por Ucrania afirman que estaban fuera de servicio y han ido como voluntarios. También cuentan con voluntarios chechenos y varios batallones de voluntarios separatistas. Muchos de los voluntarios son comunistas pro-soviéticos que creen en la fantasía de crear un nuevo estado denominado Novorosiya, que englobaría la totalidad de Ucrania, además de Bielorrusia y partes de Rusia
Por su parte, el gobierno ucraniano no cuenta con el apoyo directo de ningún otro país u organización internacional, aunque EEUU y Canadá han enviado asesores militares para entrenar al ejército ucraniano, así como médicos militares. EEUU, la OTAN y la UE también han provisto de financiación al gobierno de ucraniano y han aportado material militar “no letal” como chalecos antibalas, uniformes y máscaras de gas. Aun así, la debilidad económica de Ucrania ha provocado que muchos de los soldados ucranianos, reclutados forzosamente mediante levas, vayan al frente provistos de material anticuado, munición y raciones de comida muy escasas y tanques y demás material que no funcionan. Hay numerosos batallones de voluntarios (Batallón Azov, Batallón Donbás, etc.) que se financian a sí mismos y por lo tanto cuentan con armas y munición decentes. La mayoría de estos grupos de voluntarios están promovidos por partidos de extrema derecha (como Pravi Sector o Svoboda), y en algunos casos cuentan con voluntarios provenientes de otros países. Hay incluso batallones financiados por oligarcas, como es el caso del batallón Dnipro-1, compuesto por 2.000 veteranos de élite fuertemente armados que son leales al oligarca Igor Kolomoisky.
¿Qué ha pasado en los últimos tres años de guerra?
Ha habido momentos de relativa calma, y momentos muy críticos.
Hubo un día que los pro-rusos lanzaron una gran ofensiva que acabó con la muerte de cerca de mil soldados ucranianos en una sola jornada.
Todos recordamos el derribo del avión de Malasia Airlines por parte de los separatistas y ejecutado con una batería antiaérea de última tecnología y fabricación rusa.
También recuerdo, por ejemplo, cuando este invierno los pro-rusos bombardearon la central térmica de Avdiivka, lo que dejó a una ciudad entera sin calefacción durante unas semanas en las que se rondaron los -15 grados de temperatura.
Recientemente, las tensiones en el frente aumentaron cuando un grupo de voluntarios de extrema derecha bloqueó una vía férrea que unía Ucrania con el Donbás. Protestaban contra la compra de carbón proveniente de la región separatista por parte del gobierno de Kiev. Esto provocó una enorme presión social sobre el gobierno ucraniano, que se vio forzado a poner en marcha un bloqueo de la región de Donbás.
La firma del mencionado tratado de Minsk-2 ha servido de poco en la práctica. Se trata de un tratado que ha fracasado en su intento de detener el conflicto, aunque los países firmantes siguen empeñados en tratar de aplicarlo.
En cifras, la situación es catastrófica. A los 10.000 muertos hay que sumar cerca de 30.000 heridos. Además, hay casi de 2 millones de civiles desplazados por la guerra. 1,2 millones de refugiados han huido a Kiev y otras ciudades de Ucrania, mientras que cerca de 800.000 han cruzado la frontera con Rusia.
Como sucede en todas las guerras, los que sufren son los de siempre: los civiles inocentes que no saben ni por qué empezó la guerra, los jóvenes que son obligados a luchar en el frente o los que van a luchar por la libertad y la seguridad de su país.
Los que de verdad empezaron la guerra están fumándose un puro en sus mansiones.
¿Y ahora qué?
Lo cierto es que la situación no pinta bien en el corto-medio plazo. Ninguna de las partes está dispuesta a dar su brazo a torcer: el gobierno ucraniano no renuncia a los territorios sobre los que ha perdido el control (incluyendo Crimea, por cierto), los separatistas pro-rusos tampoco tienen intención de rendirse y ser juzgados por crímenes de guerra, y Rusia está satisfecha manteniendo la situación de inestabilidad en Ucrania y amedrentando a todos sus vecinos.
Mientras tanto, España, Europa y el resto del mundo prefieren mirar para otro lado. La guerra de Ucrania, la más sangrienta que ha vivido Europa en los últimos veinte años, es incómoda para todos y nadie tiene nada que ganar. Son más interesantes las chorradas que suelta Trump, el último fichaje de tu equipo de fútbol o dónde ha pasado las vacaciones de verano Brad Pitt. Tarás no ha tenido vacaciones y ha pasado su verano bajo las bombas del Donbás.
Firmado.- Borja Winzer Meliá
Colaborador en Derecho & Perspectiva